diumenge, 25 de desembre del 2011

Te miré y me miraste. Las agujas del reloj se pararon, el mundo dejó de moverse, se dejaron de escuchar las voces de la gente, sólo se escuchaban los latidos de nuestros corazones o, mejor dicho, de nuestro corazón. Nuestra vista sólo pertenecía a un nosotros. Y de repente, zas. Una sonrisa. La más preciosa del universo, aquella sonrisa que provocó que el mundo volviera a moverse, aquella que hizo que el reloj siguiera con su tic-tac, aquella que me elevó hasta el cielo.

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